Y sus labios se posaron en los míos, como la leve pluma que no pesa, nuestros ojos se encontraron, mirando, cada uno, en las profundidades del otro.
Con su leve parpadeo y la acuarela de sus pestañas, inundo el momento de intensos colores aun no creados.
Suspiré, y sentí que todo lo bueno de la tierra, del universo entero se abría paso hacia mi interior. Paralizado el tiempo, unidas nuestras bocas y entrelazadas las manos, quería morir en ese mismo momento. ¿Que mejor manera que morir de amor?
Pero el mundo arranco de nuevo, con su cruel girar y ella separo sus labios de los míos, soltó mi mano y subió al tren que la alejaría para siempre de mi.
La gente que caminaba, sonreía, se despedía, se alegraba por los llegados, se evaporaron al igual que mi vida, que me llevaba a lo más oscuro de un frio pozo anclado en mis entrañas. Sentía que ahora si estaba muriendo, de pena, y no de amor.
La lluvia golpeaba mi alma, congelando lo que antes ardía en mí.
Y allí me quede, helado, vacio, viendo como mi corazón escapaba hasta ese tren para no volver jamás.
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